martes, 23 de febrero de 2016

INTERNACIONALIZACIÓN

       Después de ver el último capítulo de “Salvados”, un programa de televisión elaborado en España que aborda temas comprometidos, me pregunto por la necesidad de las grandes firmas de la industria textil por fabricar al menor coste posible en un mundo cada vez más globalizado, sacrificando la calidad del producto si es necesario, y comprometiendo la dignidad de los trabajadores que subsisten en esos países en vías de desarrollo.
      Si la finalidad es el máximo beneficio, entiendo la ceguera y la obsesión por conseguir una posición preponderante en la industria de la moda, pero si pongo por delante la inteligencia, convendría advertir que las inversiones en determinados países ya no están exentas de riesgos, y que asistimos a una tendencia cada vez mayor de retorno de las inversiones a zonas más estables y jurídicamente más seguras. De hecho, hablando con empresarios que invierten en muchas partes del mundo, me comentan que por ahí fuera “ya no es oro todo lo que reluce”, y que las cosas se complican cada vez más.

                Si la referencia laboral es el mercado asiático, y si nos dicen que aquí en España “debemos trabajar como chinos para salir de nuestra particular crisis económica”, mucho me temo que detrás de esas palabras no hay una voluntad de mejora real del país, todo lo contrario, más bien creo que se esconde un mensaje mucho más perverso, pues en realidad lo que se ansía es importar la indignidad de las zonas en vía de desarrollo para seguir buscando en este país el máximo de beneficio con un entorno de seguridad de la inversión. En fin, tiempo al tiempo, pero me temo que tal desfachatez tiene poco recorrido, por suerte los trabajadores del primer mundo ya están cansados de agachar la cabeza, y espero que nos unamos pronto para reclamar en todas las partes del mundo la dignidad que se nos niega como personas.

domingo, 14 de febrero de 2016

FRAGMENTOS: EL PENEFACTOR CAP2

Nos toca salir al exterior por una terraza que conecta varias dependencias de la vivienda, y avanzamos con el frío de la mañana despertando nuestros sentidos todavía adormecidos. De momento no vemos nada significativo en la calle, pero se presume que las furgonetas antidisturbios van a llegar en cualquier instante y se va a disparar la tensión.
- ¿Sabes cuándo vendrán las lecheras de la policía a tomar posiciones? - pregunto por hacerme una idea del procedimiento y de los pasos a seguir.
- No estoy seguro - se detiene Sergio un segundo para explicármelo -, pero suelen venir bastante temprano para intentar cogernos por sorpresa.
- Pues entonces ya llegan tarde, menudo jaleo hay allá abajo - me sorprendo del ambiente creado cuando sólo son las ocho y media de la mañana -, no lo van a tener nada fácil para entrar.
- Sí, en eso confiamos todos - me reconoce asomándose también por el voladizo para ver lo que sucede en primera línea -, tenemos que complicárselo todo lo que podamos para conseguir otro aplazamiento judicial, sea como sea.

En efecto, tenemos fuerza, hay una infinidad de personas en la acera protestando con pancartas y cacerolas, también en el arranque de la escalera comunitaria para impedir el acceso a cualquier intruso que pretenda subir sin nuestro consentimiento, y otros muchos están sentados en los escalones como si fueran cuerpos inertes, de tal forma que los antidisturbios habrían de pasar por encima de todos ellos para escalar hasta el tercer piso que es donde vive la persona afectada. Sólo por el empeño violento de la policía, o por la temeridad del juez, podríamos fracasar en nuestra férrea determinación de blindar la casa de arriba a abajo.

viernes, 5 de febrero de 2016

RECURRENCIAS

          En un entorno agresivo nuestro cerebro se estresa como mecanismo de supervivencia, en muchos casos por una sobrerreacción derivada de nuestros miedos más incontrolados. Esta circunstancia, a menudo pasajera, no es más que un accidente si no se prolonga demasiado en el tiempo, pero si por el contrario tenemos la desgracia de atravesar momentos de mayor dificultad, puede que ese trance nos genere un sufrimiento completamente innecesario.
          Una persona inteligente se escapa de este círculo vicioso analizando todas las variables, descartando falsas alarmas y enfrentándose con la tozuda realidad. Una persona obsesiva e inteligente hace lo mismo pero analiza el entorno hasta el último detalle, incluso anticipando escenarios futuros de fatalidad, hasta entrar en una recurrencia igualmente destructiva si el miedo se apodera de él; porque aunque sea consciente de ese proverbio chino que dice: ”si un problema tiene solución, ¿para qué preocuparse? Y si no la tiene, ¿para qué preocuparse?”, a veces no queda más remedio que rendirse ante nuestra propia debilidad.
          En esta tesitura, y desde mi experiencia personal, se hace imprescindible mantener la calma con entereza hasta recobrar de nuevo la lucidez, que vuelve tarde o temprano si no nos aventuramos en laberintos psicológicos extraños. Y si además confiamos en algún profesional de la medicina, es altamente recomendable recibir el tratamiento adecuado para relajar nuestro cerebro. Y si ya no funciona nada de eso, entonces… entonces sólo queda tumbarse en la cama y leerse mi libro ”Referencias de la Memoria”, porque en él abordo mecanismos de equilibrio dentro de sistemas sin referencias y creo humildemente que esa es la mejor manera de garantizarse una plaza en el psiquiátrico más cercano... yupiiiiiii, creo que voy a tener amiguitos.