Hay infinitos caminos posibles y
otras tantas encrucijadas. A veces optamos por unas elecciones que con el
tiempo se convierten en decisiones equivocadas y en otras ocasiones simplemente
acertamos con lo que se supone que es nuestra buena trayectoria. En mi caso es
más errática de lo que quisiera, quizás forzado por las circunstancias y por la
necesidad de explorar nuevos horizontes que me ayuden a calmar mi ansiedad.
Esta
semana ha sido intensa en reflexión, no sólo porque esté acabando mi primera
novela, sino también porque se han producido algunos acontecimientos
inesperados. El lunes era el aniversario de la muerte de mi abuela, ya hace un
año de que falleciera en mi casa, y por si eso no fuera poco el martes me
enteré del suicidio de un buen amigo de la infancia, Juan Manuel González
Lumbreras, un excelente intérprete de oboe y una mejor persona. En ambos casos
con el infortunio de creer que no habían encontrado su espacio vital en este
mundo.
Recuerdo
que de pequeño acompañaba a mi amigo tristemente fallecido a sus estudios de
música, incluso recibí algunas clases compartidas de solfeo, luego él comenzó a
progresar y continuó por su camino, en diversas orquestas, con una beca en
Alemania, ganando infinidad de premios como concertista de oboe, premio europeo
de cultura, etc, etc. De vez en cuando nos volvíamos a ver y me contaba sus
andanzas, también su enorme esfuerzo por ubicarse, mental y profesionalmente en
algún lugar. En España la música clásica es minoritaria, por mucho que se esfuercen
determinados políticos en promocionarla o en significarla mediante grandes
auditorios o grandes orquestas, por eso le resultaba difícil ubicarse aquí,
incluso siendo un concertista de élite. Le ofrecieron diversas posibilidades
para quedarse en este país, pero las fue descartando sucesivamente, la última
en Valencia, porque consideraba que el proyecto que se estaba gestando era
inviable, por los altos sueldos que pagaban y por la escasa tradición de ópera
que existía en la ciudad. Después descubrí que tenía fascinación por la cultura
japonesa y que su intención era conseguir plaza en la orquesta de Tokio. Así
que no tardó en irse a vivir a Japón y en conseguir una plaza estable en
aquella orquesta.
Pasó
un tiempo hasta que nos volvimos a ver, hace unos meses me lo encontré de nuevo
por España, estaba de baja por una lesión en la espalda que le impedía tocar.
Vagaba de médico en médico tratando de recuperarse sin encontrar una solución
definitiva. Le habían dado un plazo de un año para reincorporarse a la orquesta
y pensé que su situación de momento no era preocupante, no era la primera vez
que le pasaba y además le vi con buen ánimo.
Lo cierto es
que este martes pasado me sorprendí con su muerte y me puse a pensar en las
posibles motivaciones de su suicidio. Realmente no sé por qué lo hizo, sé que
tenía mucha determinación y que tenía excusas para poder hacerlo, pero sólo él,
y quizás su familia, sepan las verdaderas razones. No me importa demasiado conocerlas,
lo único que me entristece es la ausencia que deja y el convencimiento de que
nunca encontró su sitio.
Sea como sea, al
igual que mi abuela Carmen, descansen en paz.