Un grano de arena dispone de una
energía inimaginable para cualquiera de nosotros, pero muy pocas veces somos
conscientes de la escala de esa energía y de los mecanismos de equilibrio que
la hacen posible. La naturaleza no es sabia, es más bien práctica y austera de
medios. El equilibrio parte de una base sólida, una gran acumulación de energía
en su escala más pequeña para poder ir agregando estructuras más complejas con
un nivel de energía menor. El equilibrio pues pasa a ser un contraposición de
fuerzas, o hablando con propiedad, una contraposición de energías de distinta
naturaleza. De hecho la materia es una forma estable de esa energía conseguida
a través de enlaces o de equilibrios sucesivos.
Haciendo
un paralelismo con nuestra sociedad podemos observar todo lo contrario,
estructuras de poder muy complejas con niveles de energía demasiado elevados
como para mantener un equilibrio estable. Se supone que la contraposición de
poderes es el garante de un equilibrio que denominamos “democrático”, pero si
observamos en una escala menor, el individuo es desposeído de la energía que le
correspondería en la estructura en nombre de una mal llamada representatividad.
Nada que hablar de otros sistemas menos democráticos en los que el individuo
pasa a estar en un segundo plano. Por eso, en este contexto, no es de extrañar
que se produzcan movimientos o reacciones tendentes a retornar al equilibrio,
los disturbios de Londres pueden ser un ejemplo, el 15-M en España, pero hay
muchos más, y se producirán otros tantos si no se consigue darle voz, dignidad
y justicia al individuo.